Selecciona tu idioma

.

viernes, 17 de abril de 2015

1053

Hoy doy comienzo a un blog teniendo ya la certeza de que la próxima semana habrá reconciliación de nuestros tórtolos y que, por fin, dejaré de ver a Emilia con esa sonrisa de victoria vomitiva, dejaré de ver a Severo brindando por un plan que, resulta ser, fracasará al final. Y seré yo la que me ponga a brindar, a sonreír y a dar palmas mientras con una escoba sacudo sus bocazas. Gracias por confiaros, de verdad, así molará más el batacazo que os vais a llevar. 



Dicho esto... ¡Comencemos con el capítulo! Y lo hacemos con Piedad Bravo (la insigne doctora) manteniendo una conversación de lo más interesante con Aurora acerca de sus inquietudes, sus sueños, sus propósitos en la vida... Sí, es interesante, es muy interesante y, ¿sabéis por qué? Porque esta maravillosa doctora que, casualmente, averió en Puente Viejo (dotándonos con ello de su presencia) va a conseguir lo que ni   Francisca, ni Fulgencio, ni Jacinta, ni Alicia, ni ningún hijo de vecino ha conseguido antes... Sí... ¡Quitárnosla de encima! ¡Para siempre! ¡Forever and ever! Gracias, Piedad, gracias por hacernos tan felices... Nunca lo olvidaremos.


Y después de este emocionante momento, damos paso a la cabecera y a la continuación de una escena que, ayer, nos dejó con la intriga... ¡La confesión de Francisca! Y total y absoluta confesión es la que se da en esta secuencia, donde vemos a una Francisca (ante Raimundo, y no en soledad) que, tal vez, hacía mucho tiempo no habíamos visto. Y cualquiera que se plantara ante ella (Emilia incluida) quedaría sobrecogido y meditabundo ante su relato porque sí, no es fácil de aceptar, pero no por ello es menos merecedor de entendimiento. Así que, ¡allá va!

Francisca: Es cierto que yo adelanté conscientemente su seguro desenlace impidiendo que la visitara don Julián. (Ahí estamos, ni un titubeo, ni una dudad, ¡el camino es la verdad!). 


Raimundo: ¿Cómo pudiste hacerlo? (Ojo al dato, más dolido que enojado se le ve).


Francisca: ¡Por amor! ¡Por celos! ¡Por desesperación al verte feliz con ella mientras yo vivía un infierno de palizas y humillaciones a manos de Salvador Castro! (Auténtica, descarnada... ¿No querías la verdad Ulloa? Pues ahí la tienes). 


Raimundo: No escudes tras el amor una explicación a unos actos tan viles. (¿Te resistes a entenderla? ¿Acaso tienes miedo de comprender su proceder y no encontrar peso a la locura que te empuja a marcharte?).


Francisca: Me has pedido la verdad y yo estoy dispuesta a dártela, aunque ahora también piense que lo que hice no tenía justificación. (Rectificar es de sabios, Francisca, y por amor lo estás haciendo así que... ¡Chapó, tú! ¡Chapó!). 


Raimundo: Natalia nunca te hizo daño, nunca te atacó de ningún modo. (Y dale Ulloa, que la cosa no va por ahí, ¡mendrugo!).


Francisca: ¡Estaba viviendo una vida que me correspondía a mí! Cuando regresaste a Puente Viejo con ella y con vuestros hijos enloquecí de celos. La odiaba como nunca antes había odiado a nadie y, cuando enfermó, solo pude agradecérselo a Dios. (Cómo rasga el dolor, como escuece la herida...).


Raimundo: ¿Qué clase de persona puede desear tanto mal? (No, si, definitivamente te estás ganando una buena guantá). 


Francisca: Una desesperadamente enamorada del marido de otra. ¿Acaso no deseabas todos los males del mundo a Salvador? (¡Toma, toma! ¡Muerte súbita, Ulloa! ¡You know!)


Raimundo: Porque era el mismo demonio. (Mirada de "Sí, no lo digo, pero lo hubiera estrangulado yo mismo de haber podido solo por gozar de lo que más amaba"). 


Francisca: Y mi marido. Reconoce que aunque hubiese sido un santo le habrías detestado. (Ahí, ahí, que deje claro lo que calla). 


Raimundo: Cierto... ¡Por tenerte! (¡Hasta que lo soltaste! ¡BRAVO, MAN! ¡BRAVO!).


Francisca: ¿No me entiendes ahora? ¿Aunque solo sea un ápice? Sé que no tengo perdón de Dios y me he preparado para rendir cuentas ante él. Ahora solo pido el tuyo. (Comestible, chica, estás comestible, y no hay más). 


Aquí hago un pequeño salto de frases porque como que no merece la pena calentarse con el Ulloa por su comentario casi de niño chico "oh, era mi juguete favorito y el que más tranquilo me tenía para no pensar en el otro juguete (que eras tú, por cierto)". Y porque, a fin de cuentas, tampoco es bonito ver como se pone un poco duro con ella respecto al desenlace de la pobre, santa, beata y tonta (porque de tan buena no podía ser otra cosa) de Natalia. Además, que si pedir disculpas no es suficiente, que si la vida no se la puedo devolver... ¡Va, va! ¡Sigamos!

Raimundo: Francisca, nos envuelve demasiada oscuridad a los dos. (Chico, que yo recuerde, eso ya lo sabías cuando decidiste irte a vivir con ella o cuando, yendo más atrás, le plantaste un besazo en en el despacho así que no te hagas el sorprendido, majo). 


Francisca: Pues en las tinieblas viviré a tu lado. ¡Ayúdame a redimirme! No permitas que una locura de juventud desbarate lo que ahora hemos comenzado a construir. ¡Te lo ruego, Raimundo! (¿Se puede hacer declaración mejor que esta? Yo creo que no... Ulloa, si te resistes, pienso preparar el remo, te lo aseguro). 


Y así se quedan, con Francisca anhelando de una santa vez su amor y con él dubitativo, algo que tal vez no habíamos visto en escenas anteriores y que, ahora, se muestra. ¿Cuánto habrán calado en él las palabras de Francisca? Pues le voy a dar vueltas hasta la próxima escena, a final de capítulo prácticamente, olvidándome de lo que pasa entre medias... Como mucho, un ligero comentario sobre lo insufrible que está Emilia (que quiere encerrar a su padre hasta que marche el tren con tal de que no vuelva a ver a Francisca). Niña, relaja un poco, que Aurora tiene heredera en el manicomio como sigas en este plan. Además, Severo Santacruz anda con sus enredos contra Francisca (no descansa, no) y lo siguiente parece estar relacionado con una alianza con el Jaral... ¡Bueno, bueno, Severito! ¡Pues no te pienses que ella no está enredado! ¡Verás tú! ¡Están todos un poco tensos me parece a mí!


Llega la siguiente escena, la que ha hecho que pase, prácticamente de todo el capítulo. Es necesario, sin dudarlo, saber qué ha supuesto para Raimundo lo que ella le dijo y a eso me dispongo, a verlo y analizarlo, nada menos que en el jardín (bendito jardín, cuantas buenas secuencias nos dio ese lugar). Y, entrando en materia, la escena comienza con ambos acomodándose ante una merienda que Fe ha preparado (y la frialdad de Raimundo, aunque no mostrada con maldad, se palpa en el ambiente chocando con la dulzura y la ilusión de Francisca). Ella brinda por sus presentes y futuras reuniones juntos, y él parece augurar que no serán muchas... Bueno, bueno... ¡Empieza la traca!

Francisca: ¿Por qué? Has venido. Aceptas mis invitaciones. (Dulzura y temor en su voz es igual a ganas de comérsela a besos). 


Raimundo: Francisca, he venido porque soy incapaz de negarme a verte. (Bueno, no está mal, no oculta lo que siente ante ella, que puntualizo que, durante el capítulo, parece ser que al páter le dijo que la veía por "contener su enfado" contra los suyos). He estado dándole vueltas a la conversaciones que mantuvimos ayer. (Va, va... La crees, se te nota). 


Francisca: Y, no me crees, ¿no es cierto? (Miedo, miedo por su respuesta, miedo a que no crea la única arma con la que ya le dijo que podía defenderse "la palabra", su palabra). 


Raimundo: Te creo, Francisca, te creo. Y aunque no comparto ni por asomo tu modo de proceder, entiendo porque hiciste lo que hiciste. (La crees porque tú lo harías también, aunque te hagas ahora el santurrón). 


Francisca: Era joven y estaba ofuscada por el dolor y los celos, compréndeme. (Mírala, que mona, pero si sigue dándole vueltas por miedo a que algún atisbo de duda quede en él). 


Raimundo: Te comprendo, y reconozco el enorme esfuerzo que has hecho al disculparte ante mí y ante Emilia por habernos arrebatado a Natalia antes de tiempo. (Bueno, Ulloa... No esperaba yo que recordaras en ese plan las disculpas de Emilia, cuando ayer hasta pensabas que solo era un engaño para acercarse a ti, ¡me sorprendes!). He descubierto en ti una humildad que nunca antes había visto (Ay señor, esa voz y esa mirada, presagio de que mueres por ella, ¡déjate de viajes, leñes!).


Francisca: Pero... (Como te conoce, rediez, y como sufre por conocerte y por quererte). 


Raimundo: Pero la decisión está tomada. En un par de días tomaré un tren que me llevará lejos de Puente Viejo. (Este hombre es tonto, no hay más). 


Francisca: ¿Por qué me castigas así, Raimundo? Ayer me dijiste que me perdonabas por aquello. (Ahí, ahí, pínchale en el alma y hazle ver que no te mereces este dolor que te causa).


Raimundo: Y te he perdonado, te juro que no te guardo ningún rencor. (Me limito a las palabras que menciona posteriormente Francisca, porque son las mismas que me dan ganas de decir ante lo que suelta este hombre). 


Francisca: ¿Entonces por qué no eres capaz de olvidarlo y mirar hacia el futuro? (Porque es un cagao', querida, y necesita 28 millones de macetazos para ir donde quiere ir y no donde se supone que debería ir). 


Raimundo: Miro hacia el futuro y no puedo verte en él. Francisca, nuestro tiempo, el tiempo que nos ha tocado vivir juntos ya se ha agotado. (Mátala, si ves que tal, total, la estás dejando divina con semejante dialéctica la tuya, chaval). 


Francisca: Eso son sandeces... (Lo son, porque él mismo es una sandez en esencia, chica... Yo que tú me levantaba, le arreaba un morreo y ya está... Total, ¡es hombre! ¡Y tiran más dos que yo me sé que las carretas que le puedan sacar del pueblo!). 


Raimundo: Tal vez más adelante lo vea así pero ahora es lo que siento. (Espera, espera, ¿me estás diciendo que si dentro de un mes la echas de menos volverías y ya está? ¿Cómo si no pasara nada? ¿Cómo si el mes sin ti no hubiera significado nada?  No, hija, no le des un morreo, dale con la mano abierta). 


Francisca: Ya no nos queda tanto tiempo para andarnos con indecisiones, ¿no te das cuenta? (Evidentemente no se da cuenta, de ser así, este encuentro hubiera sido una petición de matrimonio).


Raimundo: El tiempo que nos queda lo viviremos alejados el uno del otro. (Y, de nuevo, me limito a las palabras posteriores de Francisca porque te puedes preparar, Ulloa).


Francisca: ¡No! No lo consentiré, ¿me oyes? Haré lo que sea menester por retenerte a mi lado, Raimundo, una locura si es preciso pero no permitiré que me vuelvas a abandonar. (¿Cómo te quedas, querido? ¡Ahora vas y te marchas si tienes cuajo!). 


Y así se quedan... De nuevo dejándonos en la incertidumbre y teniendo que esperar al próximo capítulo para saber en qué acaba ese encuentro... ¿En un apasionado raipapolvo en el jardín? ¿En un, siendo un poco más realista, pequeño acercamiento que desconcierte más todavía a Raimundo? Tras esto, me salto la última escena del capítulo y me voy directamente a lo más interesante del avance... ¡Francisca y Raimundo! Que, tampoco hay mucho, pero lo que hay tiene miga. 




Francisca es informada por Mauricio de que Raimundo sigue con sus planes para marcharse: Alfonso le ha comprado el billete y esa misma tarde cogerá el tren; Francisca, pese a la tristeza de verse sola y rechaza por quienes ama, no piensa olvidarse de su venganza contra Severo; Raimundo viene, supuestamente, a despedirse de Francisca pero sus palabras la confunden a ella (y sí, nos confunden a todas). 

Y con esto y un bizcocho... ¡Próxima semana: LOVE IS IN THE AIR!

1 comentario:

  1. Ese ZAS es lo que mejor describe el capitulo...

    El maldito Jim Carrey, el jodío sirve pa´un roto como pa un descosío jajajajaajajaja, está sembrao.

    Los luneros venga, poco a poco au revoir, sayonara baby!!!!!

    jajajajajajaja, muchas gracias Miri por tu artículo.

    ResponderEliminar