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viernes, 23 de junio de 2017

Baby-Boom


Hoy en esta entrada no vamos a hablar de ningún capítulo en especial, porque hay algo mucho más importante de lo que hablar. Tan importante como que ¡ha ocurrido un milagro! Y un milagro de los grandes, de los de verdad y no de esos de multiplicar peces o convertir el agua en vino.

¡Nada de eso! 

Y para que lo creáis, os pongo el recorte de periódico con el que me he enterado esta mañana, apliadlo y leed:
 
(Ahora… no me preguntéis por qué estoy suscrita a La Vanguardia de 1924, que es una larga historia, aunque, es muy útil en estos momentos; y os lo recomiendo, porque si se casan algún día seguro que también informan por aquí). 
Total, que no me lío, que sí, que la Doña y el Don han sido papás, pero que a nadie se le ocurra mandarles a la Casona una cuna o un carrito, porque ya es tarde para eso. Y os explico…
Corría el día 15 de junio de 1924 cuando, después de algunos días de discrepancias entre la pareja, Raimundo hizo algo tan heroico como salvar a Francisca de las manos de Severo Santa Cruz.



Viendo esto, creo que no hace falta decir que ella estaba que… Que lo metía en la bañera hasta sin agua.

Justo al día siguiente, al que le toca querer llevarla a la bañera es a él. Aquí os vuelvo a poner imagen, porque vale más que mil palabras.



Y claro… [Ganas de él] + [Ganas de ella] + [Bañera] = [Hijo]2

La fórmula estaba clarísima, la forma de ejecutarla es la que ya se ha complicado un poco.

Nos hemos saltado las náuseas, los antojos, las patadas, las contracciones y el parto. Y los nueve meses de embarazo se han convertido en aproximadamente nueve minutos. Los nueve minutos que ha tardado la Paca en enamorarse perdidamente de los hermanos Ortega.

Vale, sí… No son ni Montenegro, ni Ulloa. Lo sé… no son niños pequeños. Y ya… seguramente ni Saúl, ni Prudencio hayan llegado al pueblo buscando adopción, peero… Ya es tarde para tener en cuenta todos estos detalles.



Francisca estaba un paso de la muerte (nunca mejor dicho) y Saúl decidió arriesgar su vida a cambio de la de ella. Una idea disparatada que, pese a los riesgos, su hermano, Raimundo y la propia Francisca aceptaron. Ninguno tenía pensado morir aquel día y, con el miedo temblando en el cuerpo y una tímida sonrisa, Saúl pisó la madera del atril al mismo tiempo que Prudencio agarraba a Francisca para sacarla rápidamente de la Quinta para poner a salvo tanto a ella como a Raimundo. Y, aunque en un primer momento parecía que Saúl y Prudencio tampoco correrían peligro hasta que los expertos en explosivos llegasen, en un par de segundos saltaron por los aires. Por lo que, tiempo después, Raimundo y Francisca se vieron casi obligados a trasladar a los muchachos a la Casona para que pudieran recibir toda la atención que fuera necesaria.

Aquí va un buen punto a destacar.

Francisca NO quería a los niños allí en la casa y Raimundo fue el que SÍ insistió.

Ulloa se colgó el cartel de “padre” antes de que ella fuera capaz de asumir los sentimientos que los dos hermanos le provocan. Unos sentimientos de ternura, de protección, de ese aire nuevo que no se necesita, pero que sí se agradece. Y no era capaz de asumirlos porque frente a ellos estaba también el recuerdo de lo perdido y el miedo a perderlos.



Esas miradas son de dos que ya no van a poder evitar cuidar a esos hermanos como si llevaran su sangre. Y nosotras vamos a disfrutar lo indecible viéndolos como, por primera vez, actúan como padres juntos. Como una familia de verdad, la que nunca han podido ser.



P.D. "Esta por mamá... esta por papá... esta por la bañ... por mamá, también..."