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miércoles, 5 de agosto de 2015

1130


Muy buenas y festivas tardes, raipaquistas y raipaquis-toooos.  

- ¿Qué que buenas y festivas tardes, hoy hay blog? -.
- ¡Pues claro! ¿Acaso lo dudabais? ¿Sería posible que acontecimiento semejante quedara sin contar en la casa raipaquista? ¡No hombre, no! -.

Así que poneros vuestras mejores galas. Vestíos con la mejor de vuestras sonrisas. Coged pañuelos, los vais a necesitar.

Y ahora, dejadme que os cuente una historia…

…………..

Casi había despuntado el alba cuando parpadeó abriendo los ojos. Difícilmente había conseguido conciliar el sueño ante la expectativa del que prometía ser el día más importante de su vida. Aquel con el que había soñado demasiados años. Escuchó su respiración tranquila junto a ella, y no pudo evitar sonreír. Raimundo era el centro de su universo y hoy por fin, sería su esposa.

Se inclinó sobre él, dejando un cálido beso sobre su mejilla. Aquella sería la última vez que le vería hasta que sus ojos se cruzasen por primera vez en la iglesia. Así lo habían acordado la noche anterior, intentando mantener al menos alguna de las tradiciones propias de tal evento.

Se vistió en silencio, sin poder borrar su sonrisa mientras le observaba dormir. Había llegado el día.

………………

Apenas había logrado probar bocado en el desayuno. Estaba tan expectante y llena de gozo que no precisaba alimento. Se aseguró de no cruzarse con Raimundo en toda la mañana, igual que había hecho él con la complicidad de Mauricio. Y ahora, frente al espejo de su despacho, engalanada ya para la ocasión con el vestido que ella misma se había confeccionado, una lágrima de dicha resbaló por su mejilla hasta morir en sus labios.

¡Qué difícil contener el torrente de sentimientos que bullían incesantes por su cuerpo y por su mente! De pronto sintió como si el peso de los años no hubiese desgastado sus huesos o dejado huella en su rostro. Aunque le costaba reconocer en ella la muchacha que fue, por un instante se sintió como aquella niña que soñaba con vestirse de blanco y convertirse en la esposa del único hombre que había amado.

“Qué distinto el día de hoy, de aquel de antaño en que vestí de blanco para entregarme a Salvador. Apenas queda nada de aquella niña inocente… sólo mi corazón permanece inalterable al paso del tiempo. Siempre ha pertenecido y pertenecerá a Raimundo. Suya soy desde el momento en que mis ojos se posaron en los suyos. Él quiere pasar por el altar.

Y pasaremos”

 

El sonido de unos puños golpeando la puerta del despacho, rompió sin querer aquel instante de introspección. Supuso de inmediato que se trataría de Mauricio que acudía en su busca para partir de inmediato hacia Castilleja.

- Adelante -.

Sonrió con franqueza cuando el capataz accedió al despacho y vislumbró en él la mirada sincera y afectuosa de quien siempre había permanecido a su lado, sin desfallecer ni un solo instante.

- Señora, si me lo permite… está usted muy bella. Deslumbrante -.


¡Cómo no permitirle tal atrevimiento por su parte! Si alguien merecía su afecto, era aquel hombre grandullón y torpe en ocasiones, al que consideraba como parte de su vida. Una parte importante, aunque aquello sería algo que jamás revelaría con palabras. Sin embargo, hoy sus ojos la delataban.

- Tú tampoco te quedas corto, capataz -, le respondió con igual simpatía.


- Como corresponde para la ocasión. Es un honor para mí ser el padrino de su boda. Le estoy muy agradecido -.

Quién mejor que él para acompañarla hacia el altar y entregarla a Raimundo. Si echaba la vista atrás y rememoraba los acontecimientos de su vida, Mauricio siempre había formado ellos. En la sombra, siempre en segundo plano. Pero dispuesto a dar la vida por ella si fuera menester. No podía existir amigo mejor que él.

- Eres muy cumplido, Mauricio -, sonrió. - ¿Y Raimundo? -, preguntó con entusiasmo mientras procedía a guardar el cepillo con el que había arreglado su cabello.

- Precisamente ahora venía a decirle que él salió camino de Castilleja. Esperará por usted en la ermita. El segundo coche está dispuesto para partir en cuanto usted lo ordene -, le respondió el capataz.

- Magnífico -.


Todo parecía estar saliendo tal y como habían acordado. Si bien aquella no era la boda que siempre había deseado, llena de suntuosidad y con los debidos invitados ilustres dada la posición que siempre había ocupado en la comarca, se sentía incapaz de borrar la sonrisa de su rostro.

- Hoy es un día muy feliz -, añadió Mauricio. - La suerte, por fin le sonríe -.



Suerte. Qué palabra tan paradójica en aquellos momentos de su vida, en los que carecía de todo. En los que había perdido sus posesiones e influencias, y se había convertido en una apestada entre las altas esferas. Las mismas que antaño se rendían a sus pies. Una negra sombra veló su mirada por unos instantes, y no pudo evitar recordar la visita de su abogado la tarde pasada. Las noticias que portaba no habían sido nada halagüeñas.

- Entiendo que la situación es más compleja de lo que creyeron -.
- Con mucho, nos enfrentamos a serios problemas -.

 

Mauricio nuevamente la trajo de regreso a la realidad. - Doña Francisca, ¿qué tiene? -, preguntó con un tinte de preocupación en su voz. - No son sombras para una novia -.

- Yo no soy cualquier novia -, le respondió con dulzura, emocionada por esa sincera inquietud que siempre adivinaba en él cuando las cosas se presentaban torcidas. - Las novias no han de hacer frente al mundo entero el día de su boda. Yo… sí… -.

Nunca su dicha era completa, aunque era algo a lo que debía estar más que acostumbrada. Temía el resultado del proceso judicial al que estaba sometida, y dudaba si había hecho bien en confiar en aquel abogaducho sin haber contado con Raimundo, que permanecía ajeno.

- No está sola, Señora -, afirmó el capataz.

Volvió a sonreír. No, no estaba sola. A pesar de que su comportamiento en el pasado no la hubiese hecho merecedora de ello, podía contar a su lado con dos de las personas más importantes de su vida. Raimundo, su amor. Y Mauricio, su amigo más leal.

- Vayámonos -, casi le suplicó, solicitando su brazo.


En lo que a ella respectaba, iba a aparcar por el momento todos esos negros pesares que pendían de un hilo sobre su cabeza, e iba a disfrutar de Raimundo, de ella y de ese futuro juntos que hoy mismo comenzaba.

……………….

Estaba nervioso como un chiquillo esperando la llegada de Francisca, que parecía retrasarse. Caminaba de un lado a otro por la iglesia, portando un ramo de flores que había encargado para la ocasión, con unos pocos cuartos que había podido despistar de la asignación de aquella semana. Poco o nada sabía él de toda la parafernalia que rodeaba una boda por la iglesia, pero sabía de antemano que era importante para Francisca. Y sobre todo, era una forma de legalizar su situación frente a los ojos de todos. Aunque él no creyera en esas cosas y no necesitara de papelajos para expresar al mundo lo mucho que la amaba.

A pesar de todo, había soñado con aquel día desde que podía recordar. Francisca entrando por la puerta de la Iglesia para convertirse en su mujer.

- Vendrá, no se apure -, le dijo de pronto el sacerdote, confundiendo aquel nerviosismo con el hecho de que Francisca pudiera darle plantón.

- No albergo la menor duda -, le respondió. Era tal la confianza que tenía en el amor que compartían, que aquella posibilidad no anidaba en su cabeza. Ambos habían luchado mucho para llegar hasta allí. Incluso contra ellos mismos.

- Lo que no alcanzo a comprender, son las vueltas que da el destino -, añadió. - La que fuera la mujer más poderosa de la comarca durante años… décadas… ahora celebra sola sus esponsales. No tiene a nadie más que a mí -.

Aquello le provocaba sentimientos enfrentados, ya que, por una parte, sabía de la importancia que tenía para Francisca su buen nombre y las amistades ilustres, y su ausencia en ese día, era un pesar para ella por mucho que se empeñase en ocultarlo. Y por otro lado, sentía que no necesitaban a nadie más si se tenían el uno al otro.

Silenció sus palabras cuando el sacerdote la advirtió de la llegada de Francisca. El tiempo se detuvo, y el corazón le dio un vuelco en el pecho cuando la vio entrar por la puerta del brazo de Mauricio. Con una sonrisa iluminando su rostro y una mirada velada del amor más puro y apasionado que los unía, parecía recién salida de sus sueños más profundos.

- Con gran dicha le entrego a la novia, Raimundo -, dijo Mauricio.

Y sin embargo su voz apenas había calado en él, incapaz como se sentía de apartar la mirada de ella. Las manos le temblaban. Sus ojos brillaban de emoción y dicha. Aun así le dedicó una mirada de sincero afecto al capataz, que supo retirarse en silencio de aquel instante en el que se sentía como un intruso.

- Francisca… -, musitaron sus labios cuando le hizo entrega del ramo de novia que con celo había portado hasta ahora.

- Gracias… -, le respondió ella con la misma emoción en su voz. Aceptando el ramo con manos temblorosas. Apenas había podido respirar desde que había hecho aparición en la ermita y sus ojos se habían posado en él. Tan elegante, tan increíblemente guapo. Y con la misma mirada enamorada con la que se había declarado a ella hacía más de 50 años.
 
 

- Al fin. Tú y yo. Después de haber aguardado toda una vida este momento -.

Tanto tiempo desperdiciado en momentos que ahora parecían carecer de algún sentido. Que incluso se difuminaban en la lejanía, acortando la distancia que existía entre los chiquillos que fueron y los adultos en los que se habían convertido. Volvían a ser simplemente un hombre y una mujer frente a frente. Sin pasado. Con un maravilloso presente y un futuro que afrontarían juntos.

Francisca escogió de entre todas, una rosa que luego llevó a sus labios. - Mi corazón, siempre fue tuyo -. Con infinito amor, la colocó sobre la solapa de su chaqueta. Él supo de inmediato, que su alma estaba depositada en aquella rosa. - Has sido mi único amor, Raimundo -.
 

- Y tú la razón de mi vida. El sentido de mi existencia. Por eso donde tú estés, allá estaré yo. Porque sin ti… nada soy… -.

Si alguno albergaba dudas acerca de la conveniencia o no de la presencia de testigos de su enlace, éstas quedaron borradas en el momento en que ambos volvían a declararse una vez más su amor. Nada precisaban más que el uno al otro y el cielo sobre sus cabezas, para compartir semejante instante de dicha.

Francisca alzó una mano con la que rozó su mejilla en una caricia.

- No permitamos que nunca nada nos separe -.

- Jamás -.

Se encaminaron hasta el altar tomados del brazo, seguros de lo que iban a confirmar. Allí les esperaban ya Mauricio y el sacerdote, dispuestos a dar comienzo a la ceremonia.

- Dios bendito, mira que han tardado ustedes en dar este paso -, afirmó Mauricio no sin cierta sorna, conocedor del amor de ambos desde hacía años.

Tanto Raimundo como ella, no pudieron evitar sonreír ante su ocurrencia. - Mi fiel Mauricio -, le dijo, haciéndole entrega de su ramo para luego volver a dedicar su mirada al hombre que estaba junto a ella.

- Padre LLanes -, habló Raimundo. - Proceda cuando quiera -.

- In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti -, bendijo el cura.

Francisca no pudo evitar sonreír ante el hecho de que Raimundo fue el único que no se santiguó. Siempre fiel a sus creencias, pero capaz de ceder a sus deseos sabiendo de la importancia que tenía para ella formalizar su unión ante los ojos de Dios.

- Bienvenidos todos a la casa del Señor. Estamos hoy aquí reunidos, para unir en sagrado matrimonio a Francisca Montenegro y Raimundo Ulloa -.

………………..

- El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso. Ni orgulloso -.

Francisca volvió sus ojos a Raimundo al escuchar aquellas palabras. Si algo les había mantenido alejados durante tantos años, había sido el orgullo que siempre había ganado la batalla al amor que se profesaban. Hasta entonces…

- No se comporta con rudeza. No es egoísta, no se enoja fácilmente. No guarda rencor -.

Con cada palabra que pronunciaba el padre Llanes, cientos de recuerdos de amontonaban frente a ellos recordándoles que su amor había logrado vencer al orgullo y al egoísmo. Sus ojos, sus gestos, sus miradas… todos ellos participaban en aquella secreta e íntima conversación que ambos mantenían mientras el sacerdote relataba los múltiples obstáculos que supera el amor cuando es verdadero.
 

- El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la bondad. Todo lo disculpa, todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta -.

¡Y qué no había hecho su amor sino superar todas y cada una de las piedras del camino! Ambos habían dejado atrás las disputas, los rencores y el daño infringido. Ellos mejor que nadie representaban la existencia de un amor que todo lo esperaba. Que todo lo soportaba.
 
 

- Que estas palabras de los escritos de los corintios, prendan en vuestros corazones e iluminen siempre vuestros actos. El del uno para con el otro -.
 

- Padrino -, se dirigió entonces a Mauricio. - ¿Ha traído los anillos? -.

- Por supuesto -, respondió. - Aquí están -.

- Ha llegado el glorioso momento -, anunció el sacerdote, mientras de un impoluto pañuelo blanco, surgían sendos anillos con los que sellarían su unión.

- Francisca hija mía, dime. ¿Aceptas tomar por esposo a Raimundo, para amarlo y respetarlo en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, todos los días de tu vida hasta que la muerte os separe? -.
 
 

Francisca no tuvo tiempo de responder cuando Emilia hizo acto de aparición en la ermita, acompañada por Alfonso, Matías y el padre Anselmo.

- Aguarden un momento -, dijo.

Ambos se volvieron entre contrariados y estupefactos por la interrupción. Francisca temió que se hubiesen presentado en la ceremonia, con la única intención de impedirla.

- ¡Emilia! -.

- Raimundo -, intervino Alfonso. - Escuche lo que su hija quiere decirle -.

- ¿Qué significa esto? -, preguntó Francisca. Sus peores temores parecían estar a un paso de convertirse en realidad.

- Ya me encargo yo, Señora -. Mauricio parecía estar dispuesto a echar de allí a los recién llegados, más la intrusión de Don Anselmo le detuvo.

- Tú te estarás quietecito Mauricio, hasta que yo ordene lo contrario. ¿Entendido? -.
 

CONTINUARÁ… 

Muchísimas gracias a María Bouzas y a Ramón Ibarra por este maganífico momento tan soñado y deseado por las raipaquistas. Hoy no cabía la ironía en esta casa, sino el amor...