Un capítulo más. Obviamente con retraso. ¿No dicen que lo
bueno se hace esperar? Con tanto raipapolvo de por medio es lo que tocaba. No
se puede desarrollar semejante momento en cinco minutos, ¿verdad? Requiere su
elaboración y… Espera, no, ¿dije raipapolvo? Eso fue un sueño, creo. Me estoy
confundiendo de historia, ¿cierto? Eh… ¡Vamos con el capítulo!
No es que me interese la primera escena que da paso al nuevo
capítulo pero, ¿es o no es gratificante ver como el pequeño David martiriza a
Aurora? A la que ya llaman hasta enfermera en los avances… ¿Cuándo se saco el
título? ¿El mismo día que a Jacinta le dieron el alta en el loquero? O lo mismo fue cuando “encontraron” el cadáver
de Fulgencio para corroborar su fallecimiento… ¡La cuestión es que David es un
niño fantástico! Algo manipulado por su madre, que como Bernarda va de mosquita
muerta, pero un niño encantador. ¿Quién en el pueblo, aparte de Francisca y
Jacinta en su locura, no se ha cortado en atacar a Aurora? Realmente, ¡bravo!
Aunque, hijo, yo la piedra se la hubiera tirado a la cabeza pero, no pasa nada,
poco a poco.
Damos paso a la cabecera (que, pese al cambio, ya podrían
renovar la imagen de algunos, que no estamos en el capítulo 400). Y nos
adentramos en la primera secuencia que viene tras ella: Alfonso y
Gonzalo/Martín/Pepón (a gusto del consumidor). Hablan de Nicolás y Mariana, a
los que se les está haciendo cuesta arriba, en los primeros días, el adaptarse
al trabajo que conlleva una granja. Aunque, ¿qué esperar? El fotógrafo que no
habrá cogido más que una cámara en su vida y la criada que demasiado
acostumbrada estaba a los guisos que placían a la Montenegro, a fregar y a
planchar. La cuestión es que confían en que salgan adelante pero Alfonso pide
que, pese a eso, no dejen de ayudarles en lo que puedan y, ¡entra en escena el
Ulloa! Aunque, de primeras, en la lejanía. Martín (voy a ser medio benévola con
él y lo voy a llamar por su nombre) lo contempla mientras recibe los halagos de
un par de vecinos. ¡Lo está petando con el manifiesto! Martín y Alfonso le
piden que se relaje un poco (tirando a bastante) pues las autoridades ya le
dieron aviso de que no estaba yendo por buen camino pero, ¿es Raimundo Ulloa? Y
eso de andar sin cabeza es muy propio de él. Su manifiesto triunfa, lo copian,
lo leen, lo comentan… Parece que duda pero se le ve seguro de que su manifiesto
salvará la vida de Florencio (¿en serio se lo cree?). ¡La estás liando parda,
Ulloa! Para unas cosas tanto empeño y para otras tan poco…
De la tensión del manifiesto nos vamos a la “paz” que
ofrecen los Mirañar. Aquellos que a veces pasan de ser graciosos o absurdos, a
resultar realmente molestos. ¿Por pesadez? No… Más bien por maneras. ¿Qué moral
tiene mentir a un pobre italiano haciéndose pasar por un familiar fallecido
solo por el deseo de quedarse la herencia del difunto? ¿No se están pasando un
poco tirando a mucho? Hipólito, al que siempre se ha tratado como el más lelo,
parece ser el más cuerdo en estos momentos. Pobre Gaetano… Tío Guillermo dicen…
Hipólito tiene ya más identidades que el propio James Bond. Y de estas locuras
tan propias de los Mirañarez nos vamos a Alicia (prima de Bernarda, seguro,
porque también le va lo de ir de frágil y ser un escorpión de los buenos). Su “hijito”
David, como ella lo llama, es un diablillo amaestrado aunque, a ojos de
Conrado, solo es un niño incómodo por una situación desconocida. Aunque, cuando
el geólogo se va, queda palpable la verdadera situación. Alicia, que tan buena
madre parecía, utiliza a su hijo como si de un objeto se tratara,
aprovechándose de su inocencia y su devoción a su madre (como cualquier niño
pequeño que no ha conocido nadie más a quién aferrarse). Lo que está claro es
que… Conrado, de ilusos está lleno el mundo y tú estás entre ellos. ¿No le
dijeron que ella se había ido tiempo atrás con Humberto? ¿Qué le abandonó
cuando más la necesitaba para estar con él? ¿No es más probable que piense que
ese chiquillo no es suyo en vez de dar por sentado, después de lo último que
vivió con ella, que él es el padre de David? Aunque, sinceramente, si Conrado
le da el apellido a ese niño y se marcha con él y su madre, ¡no voy a llorar! Bueno,
lo mismo sí, de alegría, cuando Aurora se retuerza por las esquinas…
¡Y nos vamos a los hermanos de marras! Los dos están
bebiendo en amor y compañía mientras comentan el percance con David. Aurora
tiene la sensación de que sobra en esa historia. Siente que Conrado, Alicia y
David son una familia y que ella está fuera de lugar (y no te equivocas, hija,
hace mejor pareja con ella que contigo, tal vez porque es más culta que tú pese
a que hayas estado en Suiza y, detalle importante, no podría ser su padre). Martín
se empeña en quitarle esa idea de la cabeza convencido de que Conrado la
quiere. Ella no está segura y, con su habitual salero para gesticular, sigue
convencida de que las cosas acabarán mal pero Martín insiste: paciencia, y
terminará ganándose a David. Llega entonces nuestro querido páter para dar
explicaciones… Y volvemos a los Mirañar, con Dolores dándole vueltas sobre
quién es Alicia (¿se puede ser más cotilla e insufrible?). Llegan Emilia y
María para entregar una lista sobre la boda y, Dolores, por supuesto, no puede
perder oportunidad para dejar caer que, tal vez, la de Conrado y Aurora no
llega. Intenta sonsacarles sobre Alicia (que se presentó ante ella como una
secretaria) y su hija aunque Emilia y María se las apañan para ignorar su
empeño en saber más de lo que le corresponde.
Volvemos al Jaral para escuchar las explicaciones de don
Anselmo. El cura, al parecer, le acaba de contar en off a Aurora que le mintió
cuando le dijo que el pequeño David era hijo de una feligresa pero, ¿es que
Aurora no se había dado cuenta? ¿No merendó con el chiquillo y lo conoció lo
suficiente como para saber que se trataba del niño que atendió? La cuestión es
que trina con el “engaño” de don Anselmo (con esa particular gesticulación
suya) y arremete contra él. Admito sentir ganas de arrearle un pescozón al cura
pero ser tan iluso. ¿Permitir que una joven muchacha sinvergüenza le hable en
ese tono por hacer algo que consideró correcto? Ocultarle que ese niño era hijo
de Alicia para evitar que, con su habitual educación, prorrumpiera en alaridos
indescifrables, y se limitara a hacer su trabajo sin mayor pensamiento que el
de atender al chico. ¡Y luego va y se disculpa! Espera, no, no se disculpa…
¡Acepta sus disculpas! ¿No eres tú la que tiene que disculparse, mal hablada? Y
esta chica estudió en Suiza… Espera que me ría… ¿Seguro que no pasó 10 años en
la India en vez de en un internado de primera clase?
¡Dejemos a la colérica de Aurora! Cambiamos de día y de
casa. En la Casona, Francisca y Bosco desayunan en armonía. Ella no deja de
referirle cual debe de ser su comportamiento pero confiesa estar contenta con
los progresos del chico. Bosco se siente feliz en la Casona y valora todo lo
que tiene después de la vida que le dio Silverio. Tiene ganas de montar a Bicho
(ese nombre le queda pequeño a un ser tan hermoso como un caballo, le pega más
a mujeres debiluchas que suelen caer por ventanas). Francisca, sin embargo, no
le deja pues tiene otras tareas pendientes para el día, esas lecciones que
tanto le aburren pero que necesita. Llega Fe preguntando si necesitan algo más
y Bosco responde de manera brusca (hasta Francisca se sorprende). Tampoco es
cuestión de que te exprimas en el terreno de señor, muchacho. La Montenegro
refiere a Fe que Mariana no va a volver, que debe permanecer allí y que más le
vale no cometer ningún error. Fe, prepárate, que la Paca es patrona muy
exigente y las buenas palabras de Mauricio no siempre servirán.
De los avisos de Francisca nos vamos a la granja Buendía
(ahora Ortuño) donde Nicolás parece tener mejor ánimo y se lo contagia a
Mariana. Aunque poco le dura cuando ésta se marcha tras la llegada de Martín.
Nicolás confiesa al ex-cura que cometió un error al invertir todos sus ahorros
en la compra de la granja. Mientras el ex-fotógrafo (por lo menos profesionalmente)
se desahoga, Bosco anda dándole vueltas a su contacto con las letras mientras
Bernarda parece ignorarlo. Él pide su atención y ella dice que sabe cómo
enseñarle. ¿Desde cuándo se enseña a alguien ojeando el periódico y haciendo
caso omiso, salvo cuando interesa, al alumno? Está claro, como dijo Francisca
en su día, que la docencia no es un don de Bernarda. Bosco quiere aprender sin
perder ni un segundo para demostrarle a Francisca que no se equivocó al creer
en él y Bernarda parece no comprender su empeño (aunque realmente finge no
comprenderlo por mala, a ella también le pegaría el nombre de Bicho). Pero el
nieto está empecinado y, por lo menos en ese momento, los tejemanejes de
Bernarda no sirven de nada.
Volvemos a la granja y a los quebraderos de cabeza de
Nicolás. Se siente mal de haber actuado sin haberlo hablado antes con Mariana.
Confiesa no saber nada como para poder llevar con tino la granja pero Martín lo
trata de tranquilizar diciéndole que le ayudarán. Nicolás se niega a ello para
demostrar que no es un débil y que puede con eso. Mariana llega con la leche
que ha conseguido de una vaca con gran contento y ambos hombres fingen. Vamos camino
al Colmado donde Hipólito y Quintina se entretienen abroncando a Pedro y
Dolores por su comportamiento en torno al asunto de Gaetano. No están de
acuerdo con su proceder y no es para menos… ¿A quién se le ocurre montar
semejante lío? Ellos lo achacan a su humanidad para no hacer sufrir al chico
con la muerte de su pariente, después de su gran viaje desde Italia, pero, ¿a
quién quieren engañar? Su egoísmo por querer quedarse por el morro las tierras
de quién creían sin familia (y ese egoísmo que les niega deprenderse de ellas).
¡Bravo, Mirañarez! ¡Os estáis coronando!
Las locuras del Colmado dan paso a la cordura de la Casona.
Bosco empieza a mostrar sus progresos con las letras a Francisca. Ella le
felicita por su constancia mientras le recomienda una lectura más ligera a Moby
Dick (el libro que cogió el chico para empezar a soltarse en esto del leer).
Hablan entonces de María, que debería llegar a la Casona para empezar su
lección con Bosco y, poco después, aparece con la pequeña Esperanza. Al parecer
no tenía con quién dejarla (mentira, quería llevar a la niña y se monta sus
excusas para no parecer tan desesperada). La niña acaba en brazos de Bosco,
emocionado de ver a un “cachorro” tan bonito, como la llama él. Y parece, según
vislumbra María, que Francisca trama algo. Niña, niña… Tú es que con la
experiencia se ve que no vas marcha adelante, si no al contrario. Nada, lo digo
porque ni se inmuta cuando debería conocer ya a nuestra querida Francisca como
para imaginarse cualquier barbaridad… Ay, inocente…
De Francisca y sus ideas peligrosas nos vamos a la Posada.
Emilia y don Anselmo hablan de lo misterioso que es todo lo que rodea a Bosco
(y el propio zagal). En esas andan cuando aparece Raimundo algo agitado. El
Ulloa confiesa que se encontró con una mujer de Villalpanda, Ernestina, cuyo
hijo está en la misma situación de Florencio y que, desesperada, le pidió que
no cejara en su empeño de dar fuerza a ese manifiesto para otorgar voz a quien
la necesita (claro, que bien se ve todo desde la barrera). Raimundo pareció
conmoverse con aquella petición por lo que parece que el día de la publicación
de su manifiesto en el periódico está cada vez más cerca. Lo que me sorprende es que todos parecen
empeñarse en advertirle de los riesgos pero ahí queda eso, nadie lo para. El
día que lo metan en prisión o lo acusen de anarquismo ya clamaran al cielo… ¡Si
es que esta gente es tonta!
De tanto descuido de los demás por los actos de Raimundo
pasamos al Jaral. María le cuenta a Aurora su visita a la Casona con Esperanza.
Martín llega y María se lo toma con naturalidad. Habla de Bosco, de su madrina,
del plan de almorzar con Esperanza allí… Martín se hace el tonto pero
claramente le disgusta la situación. Aurora lo nota aunque él parece preferir
no comentar nada. ¡Y volvemos al Ulloa! Que hoy parece que con tanto manifiesto
está dándose muchos garbeos interesantes como para enfocarlo. Lee un texto
(poético) en presencia de Alfonso que anda más pendiente de llamarle la
atención cuando termine de leer que de escuchar con tino las palabras que
pronuncia. Quintina aparece en busca de Emilia y, al escuchar a Raimundo, queda
fascinada con las palabras que recita y con su labia para pronunciarlas.
Entre poemas regresamos a la granja de los Ortuño –
Castañeda donde los problemas parecen seguir y seguir. Nicolás ha montado un
mueblo sin estar seguro de si lo ha hecho correctamente y Mariana sigue
peleándose con la mantequilla. Entre arrumacos parecen olvidarse de esos
pequeños problemas pero un error de Nicolás, al dejarse la puerta del establo
abierta, hace que los animales se escapen y que su tensión rompa su equilibrio,
haciéndole explotar. Mariana, al fin conocedora de su desesperación por ver que
las cosas no salen bien, trata de sosegarlo. Entre más cariñitos y palabras de
ánimo, los dos se van en amor y compañía en busca de los animales extraviados.
Y en compañía únicamente se encuentran Bernarda y Francisca
en el despacho de la Casona. La Paca cuenta a Bernarda el rato vivido con María
cuando llegó con Esperanza. Está contenta de cómo congenió Bosco con la niña,
de la estampa y, por supuesto, de lo que rumia su cabeza desde ese mismo
instante. Bernarda se hace la digna por no haber sido invitada a ese rato tan
agradable después de haber estado dando lecciones a Bosco por la mañana pero
claro, como siempre está durmiendo a esas horas (según Francisca) de lo mucho
que trabaja, ella ni se molestó, y bien que lo agradezco, en darle aviso.
Francisca muestra su felicidad con Bosco. Ve su progreso y se siente feliz del
empeño que pone por hacer bien las cosas. Bernarda, como es habitual en ella,
trata de meter algo de cizaña comentando a Francisca que el chico pasea
descalzo por el jardín pero ella, más que tomarlo a mal, lo ensalza como una
virtud espléndida de su indómito carácter. Insiste en su inteligencia y su
habilidad para recordarlo todo una vez se le ha dicho. Bernarda aprovecha para
dejar claro que el chico, al haber estado tanto en libertad y sin “ataduras”
puede perder el control y obviar sus mandatos. Francisca no está dispuesta a
rendirse y asegura con rotundidad, que convertirá a Bosco en un Montenegro de
los pies a la cabeza. Lo que no consiguió con sus hijos y tampoco con María
(aunque con la ahijada, ciertamente, no buscó ese fin), lo conseguirá con él.
O, al menos, eso es lo que cree, porque a saber cuánto tardan los lunares en
causar estragos en el chico. Los lunares, el carácter de la partera deslenguada…
No olvidemos que Tristán solo era un frasquito de espermatozoides del que, por
supuesto, con lo que eclipsaba ella, sus hijos no han heredado nada
(sorprendente es que Bosco se le parezca físicamente). ¡Veremos! Al poco de esa
confesión llega Mauricio para hablar sobre Mariana. Francisca parece empecinada
en hacer pagar a Mariana su comportamiento de los últimos tiempos pese a los
intentos de Mauricio por hacer a su señora correr un tupido velo.
Cerramos la historia con Dolores Mirañar y Alicia. La
alcaldesa consorte despacha con rapidez a Candela en cuanto ve a Alicia
aparecer por la tienda. La mujer anda más a tono que nunca y se pone a hacer de
las suyas. ¿Qué no ha conseguido saber nada en el pueblo? ¿Qué nadie que pudiera
saber algo de la forastera por su cercanía a Conrado ha abierto la boca? ¡No
pasa nada! Ya se encargará ella con sus tejemanejes de conseguir que Alicia
que, como es habitual en ella, va de mosquita muerta, le confiese todos los
secretos que precisa saber para pregonarlos (aunque jure por quién sea que será
una tumba, pues antes sale pelo a las ranas). Ahora, ¿Alicia se deja influencia
por los enredos de Dolores o, conociendo (si es que conoce) su extremo afán por
el cotilleo se aprovechará de eso para propagar quiénes son ella y su hijo
realmente?
Avances… Mauricio trata de convencer a Francisca de que deje
de lado a Mariana pero la mujer no cejará en su empeño en devolver con creces a
Mariana su “acertada” decisión. Raimundo ha mandado el manifiesto a un
periódico y lo publicarán en su próxima edición (la que has liado Ulloa). Bosco
confiesa a Francisca que desea tomar contacto con otros jóvenes de su edad para
entablar amistad. Bosco habla con Bernarda de la prohibición de Francisca de bajar
aún al pueblo y Bernarda tergiversa las palabras, haciéndole ver que no se
trata de una orden si no de un consejo, como lo fue todo lo referido a Bicho (¡tú
sí que lo eres, mala!). Y fin.
Gracias Miri fantástico articulo.
ResponderEliminarMe cansa tanto hermanos, Conrado, hermanos, Alicia volvemos a David que no quiere a la “buena” de Aurora, chico listo por cierto y de gustos refinados jajajajajja. Ufff que pesados. No sé si prefería más, a Mariana en la Casona, o en la granja, pero por lo menos en la Casona nos daba buenos momentos con Francisca, pero ahora con la mantequilla y las vacas…
Que rebonica está nuestra Francisca con su Bosco, ya era hora que le dieran una alegría a la pobre. Ya veremos lo que le dura, pero de momento, disfrutaremos con esas maravillosas sonrisas que le arranca Bosco.
¿Qué estará tramando Francisca? Si es que Bosco y María se junten, no es mala idea, por lo menos Bosco estará más educado y es más trabajador que el ex curita.