Muy buenas y festivas tardes, raipaquistas y
raipaquis-toooos.
- ¿Qué q oy hay blog? -.
- ¡Pues claro! ¿Acaso lo dudabais? ¿Sería posible que
acontecimiento semejante quedara sin contar en la casa raipaquista? ¡No hombre,
no! -.
Así que poneros vuestras mejores galas. Vestíos con la mejor
de vuestras sonrisas. Coged pañuelos, los vais a necesitar.
Y ahora, dejadme que os cuente una historia…
…………..
Casi había despuntado el alba cuando parpadeó abriendo los
ojos. Difícilmente había conseguido conciliar el sueño ante la expectativa del
que prometía ser el día más importante de su vida. Aquel con el que había
soñado demasiados años. Escuchó su respiración tranquila junto a ella, y no
pudo evitar sonreír. Raimundo era el centro de su universo y hoy por fin, sería
su esposa.
Se inclinó sobre él, dejando un cálido beso sobre su mejilla.
Aquella sería la última vez que le vería hasta que sus ojos se cruzasen por
primera vez en la iglesia. Así lo habían acordado la noche anterior, intentando
mantener al menos alguna de las tradiciones propias de tal evento.
Se vistió en silencio, sin poder borrar su sonrisa mientras
le observaba dormir. Había llegado el día.
………………
Apenas había logrado probar bocado en el desayuno. Estaba tan
expectante y llena de gozo que no precisaba alimento. Se aseguró de no cruzarse
con Raimundo en toda la mañana, igual que había hecho él con la complicidad de
Mauricio. Y ahora, frente al espejo de su despacho, engalanada ya para la
ocasión con el vestido que ella misma se había confeccionado, una lágrima de
dicha resbaló por su mejilla hasta morir en sus labios.
¡Qué difícil contener el torrente de sentimientos que bullían
incesantes por su cuerpo y por su mente! De pronto sintió como si el peso de
los años no hubiese desgastado sus huesos o dejado huella en su rostro. Aunque
le costaba reconocer en ella la muchacha que fue, por un instante se sintió
como aquella niña que soñaba con vestirse de blanco y convertirse en la esposa
del único hombre que había amado.
“Qué distinto el día de
hoy, de aquel de antaño en que vestí de blanco para entregarme a Salvador.
Apenas queda nada de aquella niña inocente… sólo mi corazón permanece
inalterable al paso del tiempo. Siempre ha pertenecido y pertenecerá a
Raimundo. Suya soy desde el momento en que mis ojos se posaron en los suyos. Él
quiere pasar por el altar.
Y pasaremos”
El sonido de unos puños golpeando la puerta del despacho,
rompió sin querer aquel instante de introspección. Supuso de inmediato que se
trataría de Mauricio que acudía en su busca para partir de inmediato hacia
Castilleja.
- Adelante -.
Sonrió con franqueza cuando el capataz accedió al despacho y
vislumbró en él la mirada sincera y afectuosa de quien siempre había
permanecido a su lado, sin desfallecer ni un solo instante.
- Señora, si me lo permite… está usted muy bella.
Deslumbrante -.
¡Cómo no permitirle tal atrevimiento por su parte! Si alguien
merecía su afecto, era aquel hombre grandullón y torpe en ocasiones, al que
consideraba como parte de su vida. Una parte importante, aunque aquello sería
algo que jamás revelaría con palabras. Sin embargo, hoy sus ojos la delataban.
- Tú tampoco te quedas corto, capataz -, le respondió con
igual simpatía.
- Como corresponde para la ocasión. Es un honor para mí ser
el padrino de su boda. Le estoy muy agradecido -.
Quién mejor que él para acompañarla hacia el altar y
entregarla a Raimundo. Si echaba la vista atrás y rememoraba los
acontecimientos de su vida, Mauricio siempre había formado ellos. En la sombra,
siempre en segundo plano. Pero dispuesto a dar la vida por ella si fuera
menester. No podía existir amigo mejor que él.
- Eres muy cumplido, Mauricio -, sonrió. - ¿Y Raimundo? -,
preguntó con entusiasmo mientras procedía a guardar el cepillo con el que había
arreglado su cabello.
- Precisamente ahora venía a decirle que él salió camino de
Castilleja. Esperará por usted en la ermita. El segundo coche está dispuesto
para partir en cuanto usted lo ordene -, le respondió el capataz.
- Magnífico -.
Todo parecía estar saliendo tal y como habían acordado. Si
bien aquella no era la boda que siempre había deseado, llena de suntuosidad y
con los debidos invitados ilustres dada la posición que siempre había ocupado
en la comarca, se sentía incapaz de borrar la sonrisa de su rostro.
- Hoy es un día muy feliz -, añadió Mauricio. - La suerte,
por fin le sonríe -.
Suerte. Qué palabra tan paradójica en aquellos momentos de su
vida, en los que carecía de todo. En los que había perdido sus posesiones e
influencias, y se había convertido en una apestada entre las altas esferas. Las
mismas que antaño se rendían a sus pies. Una negra sombra veló su mirada por
unos instantes, y no pudo evitar recordar la visita de su abogado la tarde
pasada. Las noticias que portaba no habían sido nada halagüeñas.
- Entiendo que la
situación es más compleja de lo que creyeron -.
- Con mucho, nos
enfrentamos a serios problemas -.
Mauricio nuevamente la trajo de regreso a la realidad. - Doña
Francisca, ¿qué tiene? -, preguntó con un tinte de preocupación en su voz. - No
son sombras para una novia -.
- Yo no soy cualquier novia -, le respondió con dulzura,
emocionada por esa sincera inquietud que siempre adivinaba en él cuando las
cosas se presentaban torcidas. - Las novias no han de hacer frente al mundo
entero el día de su boda. Yo… sí… -.
Nunca su dicha era completa, aunque era algo a lo que debía
estar más que acostumbrada. Temía el resultado del proceso judicial al que
estaba sometida, y dudaba si había hecho bien en confiar en aquel abogaducho
sin haber contado con Raimundo, que permanecía ajeno.
- No está sola, Señora -, afirmó el capataz.
Volvió a sonreír. No, no estaba sola. A pesar de que su
comportamiento en el pasado no la hubiese hecho merecedora de ello, podía
contar a su lado con dos de las personas más importantes de su vida. Raimundo,
su amor. Y Mauricio, su amigo más leal.
- Vayámonos -, casi le suplicó, solicitando su brazo.
En lo que a ella respectaba, iba a aparcar por el momento
todos esos negros pesares que pendían de un hilo sobre su cabeza, e iba a
disfrutar de Raimundo, de ella y de ese futuro juntos que hoy mismo comenzaba.
……………….
Estaba nervioso como un chiquillo esperando la llegada de
Francisca, que parecía retrasarse. Caminaba de un lado a otro por la iglesia,
portando un ramo de flores que había encargado para la ocasión, con unos pocos
cuartos que había podido despistar de la asignación de aquella semana. Poco o
nada sabía él de toda la parafernalia que rodeaba una boda por la iglesia, pero
sabía de antemano que era importante para Francisca. Y sobre todo, era una
forma de legalizar su situación frente a los ojos de todos. Aunque él no
creyera en esas cosas y no necesitara de papelajos para expresar al mundo lo
mucho que la amaba.
A pesar de todo, había soñado con aquel día desde que podía
recordar. Francisca entrando por la puerta de la Iglesia para convertirse en su
mujer.
- Vendrá, no se apure -, le dijo de pronto el sacerdote,
confundiendo aquel nerviosismo con el hecho de que Francisca pudiera darle
plantón.
- No albergo la menor duda -, le respondió. Era tal la
confianza que tenía en el amor que compartían, que aquella posibilidad no
anidaba en su cabeza. Ambos habían luchado mucho para llegar hasta allí.
Incluso contra ellos mismos.
- Lo que no alcanzo a comprender, son las vueltas que da el
destino -, añadió. - La que fuera la mujer más poderosa de la comarca durante
años… décadas… ahora celebra sola sus esponsales. No tiene a nadie más que a mí
-.
Aquello le provocaba sentimientos enfrentados, ya que, por
una parte, sabía de la importancia que tenía para Francisca su buen nombre y
las amistades ilustres, y su ausencia en ese día, era un pesar para ella por
mucho que se empeñase en ocultarlo. Y por otro lado, sentía que no necesitaban
a nadie más si se tenían el uno al otro.
Silenció sus palabras cuando el sacerdote la advirtió de la
llegada de Francisca. El tiempo se detuvo, y el corazón le dio un vuelco en el
pecho cuando la vio entrar por la puerta del brazo de Mauricio. Con una sonrisa
iluminando su rostro y una mirada velada del amor más puro y apasionado que los
unía, parecía recién salida de sus sueños más profundos.
- Con gran dicha le entrego a la novia, Raimundo -, dijo
Mauricio.
Y sin embargo su voz apenas había calado en él, incapaz como
se sentía de apartar la mirada de ella. Las manos le temblaban. Sus ojos
brillaban de emoción y dicha. Aun así le dedicó una mirada de sincero afecto al
capataz, que supo retirarse en silencio de aquel instante en el que se sentía
como un intruso.
- Francisca… -, musitaron sus labios cuando le hizo entrega
del ramo de novia que con celo había portado hasta ahora.
- Gracias… -, le respondió ella con la misma emoción en su
voz. Aceptando el ramo con manos temblorosas. Apenas había podido respirar
desde que había hecho aparición en la ermita y sus ojos se habían posado en él.
Tan elegante, tan increíblemente guapo. Y con la misma mirada enamorada con la
que se había declarado a ella hacía más de 50 años.
- Al fin. Tú y yo. Después de haber aguardado toda una vida
este momento -.
Tanto tiempo desperdiciado en momentos que ahora parecían
carecer de algún sentido. Que incluso se difuminaban en la lejanía, acortando
la distancia que existía entre los chiquillos que fueron y los adultos en los
que se habían convertido. Volvían a ser simplemente un hombre y una mujer
frente a frente. Sin pasado. Con un maravilloso presente y un futuro que
afrontarían juntos.
Francisca escogió de entre todas, una rosa que luego llevó a
sus labios. - Mi corazón, siempre fue tuyo -. Con infinito amor, la colocó
sobre la solapa de su chaqueta. Él supo de inmediato, que su alma estaba
depositada en aquella rosa. - Has sido mi único amor, Raimundo -.
- Y tú la razón de mi vida. El sentido de mi existencia. Por
eso donde tú estés, allá estaré yo. Porque sin ti… nada soy… -.
Si alguno albergaba dudas acerca de la conveniencia o no de
la presencia de testigos de su enlace, éstas quedaron borradas en el momento en
que ambos volvían a declararse una vez más su amor. Nada precisaban más que el
uno al otro y el cielo sobre sus cabezas, para compartir semejante instante de
dicha.
Francisca alzó una mano con la que rozó su mejilla en una
caricia.
- No permitamos que nunca nada nos separe -.
- Jamás -.
Se encaminaron hasta el altar tomados del brazo, seguros de lo
que iban a confirmar. Allí les esperaban ya Mauricio y el sacerdote, dispuestos
a dar comienzo a la ceremonia.
- Dios bendito, mira que han tardado ustedes en dar este paso
-, afirmó Mauricio no sin cierta sorna, conocedor del amor de ambos desde hacía
años.
Tanto Raimundo como ella, no pudieron evitar sonreír ante su
ocurrencia. - Mi fiel Mauricio -, le dijo, haciéndole entrega de su ramo para
luego volver a dedicar su mirada al hombre que estaba junto a ella.
- Padre LLanes -, habló Raimundo. - Proceda cuando quiera -.
- In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti -, bendijo
el cura.
Francisca no pudo evitar sonreír ante el hecho de que
Raimundo fue el único que no se santiguó. Siempre fiel a sus creencias, pero
capaz de ceder a sus deseos sabiendo de la importancia que tenía para ella
formalizar su unión ante los ojos de Dios.
- Bienvenidos todos a la casa del Señor. Estamos hoy aquí
reunidos, para unir en sagrado matrimonio a Francisca Montenegro y Raimundo
Ulloa -.
………………..
- El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso
ni jactancioso. Ni orgulloso -.
Francisca volvió sus ojos a Raimundo al escuchar aquellas
palabras. Si algo les había mantenido alejados durante tantos años, había sido
el orgullo que siempre había ganado la batalla al amor que se profesaban. Hasta
entonces…
- No se comporta con rudeza. No es egoísta, no se enoja
fácilmente. No guarda rencor -.
Con cada palabra que pronunciaba el padre Llanes, cientos de
recuerdos de amontonaban frente a ellos recordándoles que su amor había logrado
vencer al orgullo y al egoísmo. Sus ojos, sus gestos, sus miradas… todos ellos
participaban en aquella secreta e íntima conversación que ambos mantenían
mientras el sacerdote relataba los múltiples obstáculos que supera el amor
cuando es verdadero.
- El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija
con la bondad. Todo lo disculpa, todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta
-.
¡Y qué no había hecho su amor sino superar todas y cada una
de las piedras del camino! Ambos habían dejado atrás las disputas, los rencores
y el daño infringido. Ellos mejor que nadie representaban la existencia de un
amor que todo lo esperaba. Que todo lo soportaba.
- Que estas palabras de los escritos de los corintios,
prendan en vuestros corazones e iluminen siempre vuestros actos. El del uno
para con el otro -.
- Padrino -, se dirigió entonces a Mauricio. - ¿Ha traído los
anillos? -.
- Por supuesto -, respondió. - Aquí están -.
- Ha llegado el glorioso momento -, anunció el sacerdote,
mientras de un impoluto pañuelo blanco, surgían sendos anillos con los que
sellarían su unión.
- Francisca hija mía, dime. ¿Aceptas tomar por esposo a
Raimundo, para amarlo y respetarlo en la salud y en la enfermedad, en la
riqueza y en la pobreza, todos los días de tu vida hasta que la muerte os
separe? -.
Francisca no tuvo tiempo de responder cuando Emilia hizo acto
de aparición en la ermita, acompañada por Alfonso, Matías y el padre Anselmo.
- Aguarden un momento -, dijo.
Ambos se volvieron entre contrariados y estupefactos por la
interrupción. Francisca temió que se hubiesen presentado en la ceremonia, con
la única intención de impedirla.
- ¡Emilia! -.
- Raimundo -, intervino Alfonso. - Escuche lo que su hija
quiere decirle -.
- ¿Qué significa esto? -, preguntó Francisca. Sus peores
temores parecían estar a un paso de convertirse en realidad.
- Ya me encargo yo, Señora -. Mauricio parecía estar
dispuesto a echar de allí a los recién llegados, más la intrusión de Don
Anselmo le detuvo.
- Tú te estarás quietecito Mauricio, hasta que yo ordene lo
contrario. ¿Entendido? -.
CONTINUARÁ…
Muchísimas gracias a María Bouzas y a Ramón Ibarra por este maganífico momento tan soñado y deseado por las raipaquistas. Hoy no cabía la ironía en esta casa, sino el amor...